27 abr 2015

¿Difundir la lectura o el libro?

27 abr 2015

2 floritos
El amor a los libros, como toda pasión violenta, está sujeta a toda clase de arbitrariedades

La caza sutil
Julio Ramón Ribeyro



¿Se acuerdan de este capítulo de “El chavo del 8”? 



La reacción de los alumnos luego del panegírico del Profesor Jirafaleses similar a la que, cuentan los cronistas, tuvo el primer peruano al que se le ofreció un libro, es decir, el inca Atahualpa.

Como vemos, promover la lectura es una tarea complicada.
De hecho, parecería que luego de casi 500 años, la reacción del promedio no cambiaría mucho. Pero en la misión, casi evangelizadora, de tratar de incentivar la lectura, surgen ciertas aseveraciones que, terminan convirtiéndose en arbitrariedades como las que se insinúan en el epígrafe de este texto.

Una de estas arbitrariedades es hablar indistintamente del libro y de la lectura como si fueran sinónimos. La segunda está referida a afirmar gratuitamente que en el país existe un gusto por la lectura o no. Otra discurre sobre la decisión casi arbitraria de promover la lectura sin preguntarnos por qué o para qué. Una hipótesis que también se suele postular arbitrariamente es la del “fin del libro”. Empezaremos con el primero de estos axiomas. 

¿Libro = Lectura?

Respecto al primero, creo que todos alguna vez hemos incurrido en este error. Sobre todo frente a la clásica pregunta: ¿Te gusta la lectura?¿Cuánto tiempo le dedicas al día? 

Es necesario separar las consideraciones que se deberían dar al libro con las que se podrían asignar a la lectura. La lectura es algo muy genérico. Descontando a los analfabetos, todos leemos, casi todo el tiempo, aunque no nos guste la lectura o los libros. Leemos cuando tomamos un bus, para verificar a que ruta va. Cuando vamos al cine, si la película está subtitulada. Cuando almorzamos en un restaurante, para elegir un platillo de la carta. Cuando esperamos a alguien y verificamos sus mensajes de texto para ver porqué se demora. Y estas actividades solo demuestran que no tenemos auto propio, nos gusta el cine, ciertas comidas o que nos han plantado; pero poco tienen que ver con el gusto por los libros.

Pero incluso en el caso de las personas que afirman tener gusto por la lectura, no leen necesariamente libros. Muchos leen periódicos, revistas, cómics etc. No en vano, Ribeyro diferencia el amor a los libros del amor a la lectura[1]

Establecidos claramente los contrastes entre ambos elementos, podemos ir más allá. Si precisamos que nos referimos sólo a una de las muchas familias de la lectura, a la lectura de libros, incluso en ese caso también la situación es ambigua. La relación con los libros presenta múltiples facetas y no sólo se limita “al placer de un buen libro” como se suele repetir. Los libros no se leen solo como acción creativa y placentera sino también por obligación académica, por necesidad laboral o “en busca de consejo” como sucede con los libros de autoayuda. Al respecto, se ha señalado que estas diferentes manifestaciones sobre la lectura de libros, puede analizarse con cuatro criterios: 1) lectura activa, 2) lectura pasiva, 3) lectura voluntaria y 4) lectura obligada. Combinando esos criterios entre sí, se llegarían a establecer cuatro tipos de lecturas de libros[2], taxonomía que consideramos presentan un espectro más grande de la realidad de la lectura de libros y con la que en líneas generales estamos de acuerdo. No sé hasta que punto se puede hablar de actividad reflexiva y crítica a pintar con un resaltador amarillo una fotocopia a las tres de la mañana. O a leer las tres primeras páginas de una novela entre rumias de descontento para luego buscar el resumen de la misma en monografías.com.

Pero precisando más aún, podemos concluir que nos referimos a una sola de las formas de la lectura, la lectura activa y voluntaria. Definición que podría ser objeto de cuestionamientos a su vez. Este subgénero de la lectura que mencionamos puede ser a su vez subdividida en otras categorías como, por ejemplo, las que usa Eliseo Verón en su libro paradójicamente titulado Esto no es un libro [3]. Estas subcategorías, para este autor serían: 1) lectura temática, 2) lectura problemática, 3) lectura ecléctica, 4) lectura ficcional por autores, 5) lectura ficcional por géneros y 6) lectura de novedades. 

Pero no es necesario adentrarnos en estas seis subespecies para responder a nuestra pregunta. Todas son parte de la lectura de libros de manera activa y voluntaria. Así, es fácil concluir que el fenómeno de la lectura es muy complejo y no solo comprende la lectura voluntaria de libros, qué es la que suele incentivarse en las campañas de promoción de la lectura. Sin embargo, por razones prácticas, suelen usarse como equivalentes. A partir de ahora, siempre que nos refiramos a “la lectura” o a “leer” nos estaremos refiriendo a la lectura de libros de manera activa y voluntaria.

Como vemos, el fenómeno de la lectura es muy complejo y existen varios "tipos" de lectura. Por eso lo que impulsaba el Profesor Jirafales, es solo un tipo de lectura en particular (lectura voluntaria de libros). Para difundir este tipo de lectura, habría que preguntarse primero cual es la situación al respecto en nuestro país, es decir: ¿existe en el Perú afición por la lectura? (entendiéndose lectura por lectura voluntaria de libros).

La respuesta, quizás, la próxima semana.






[1] “En realidad existe un amor físico a los libros muy diferente al amor intelectual por la lectura”. Ribeyro, Julio Ramón. “El amor a los libros” en La caza sutil. Lima, Milla Batres, 1976, p. 45.

[2] Sagastizábal, Leandro de; Estevez Fros, Fernando (comp.). El mundo de la edición de libros: un libro de divulgación sobre la actividad editorial para autores, profesionales del sector y lectores en general. Buenos Aires, Paidós, 2002.

[3] Verón, Eliseo. Esto no es un libro. Barcelona, Gedisa, 1997, p. 59-72.
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20 abr 2015

¿Qué tienen en común James Joyce y Julio Ramón Ribeyro?

20 abr 2015

4 floritos
En este blog nos encanta hacer asociaciones tiradas de los pelos como por ejemplo comparar un libro (Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson) a la vez con Dan Brown y con 2666 de Bolaño o hacer un símil entre la última novela en vida de Saramago (Caín) y ese aburrido anime bíblico llamado La casa voladora. Esta vez trataremos de hacerlo menos obvio.



En un principio, además de que el nombre de ambos autores empieza con "J", parecería que poco los une. Uno es quizás el escritor más grande del siglo XX, que cambió la literatura para siempre. Y el otro, lamentablemente, es probable que sea sobre todo conocido en Perú y que pocos lectores de otras latitudes lo hayan leído. Al menos de lo poco que he visto en México y Argentina las librerías sólo tienen en sus estantes a Vargas Llosa y a Santiago Roncagliolo, por ahí algo de Bryce y Daniel Alarcón, nada más. El resto casi no existe.

Pero incluso en el Perú, cuando se habla de la generación del 50, suele mencionarse la influencia de Joyce en las técnicas y en el desarrollo de la literatura de este grupo de escritores peruanos, menos en el caso de Ribeyro, a pesar de ser un destacado miembro de esta generación, al que se le considera alejado de la influencia joyceana[1] y muchos críticos lo relacionan más relacionado a escritores como Poe, Chejov, Maupassant[2] o Henry James[3]; por lo que ha sido catalogado burlonamente como “el mejor escritor peruano del siglo XIX”. Sin embargo, se equivocan.

Es cierto que Ribeyro no mostró mayor entusiasmo por la tremenda revolución estilística que causó el autor irlandés. De alguna manera hasta mostró cierto desdén por la obsesión con el tema de la técnica[4]. Ni siquiera lo cuenta entre sus escritores favoritos[5]. Pero la influencia muchas veces es inconsciente y al margen del tema de los gustos personales, Ribeyro era un gran lector y definitivamente había leído a Joyce y supo apreciar su gran calidad narrativa[6].

Teniendo en cuenta que el aspecto más relevante en la literatura de Ribeyro fue el cuento, vamos a centrarnos en esto y su contraparte joyceana: Dublineses. A primera vista, la estructura narrativa en ambos autores también presenta parecidos. Son historias donde transcurren diferentes etapas de la vida: niñez (como en “Araby” y “Los merengues”) adolescencia (“Después de la carrera” y “Un domingo cualquiera”), adultez (“Una nubecilla” y “El jefe”) y madurez (“Un caso doloroso” y “Una aventura nocturna”). El escenario suele ser la ciudad (siempre en el caso de Joyce y en la mayoría de veces en Ribeyro).

La “parálisis”

Un elemento clave para entender el célebre libro de cuentos del irlandés es el concepto de “parálisis” que articula, en gran medida, la narrativa breve ribeyriana.

Es conocido que Joyce tuvo como temática principal de Dublineses la lucha contra la “parálisis” de su ciudad natal.[7] Esta parálisis es moral, intelectual y social y se entiende como la impasividad ante una realidad que los supera y que está plagada de impotencia, frustración, represión y muerte, toda una colección de “horrores particulares”[8]. Es una parálisis también basada en la situación de la urbe y la rutinaria vida de los sus habitantes. En ese sentido, por el enfoque que se la da a la ciudad[9], Dublín y Lima tendrían puntos en común[10], en su vocación paralizante.

Es interesante la relación que se da entre la parálisis y la clase media como su principal víctima, hecho sintomático si tenemos en cuenta que la mediocridad de la clase media es un tema recurrente en los cuentos de Ribeyro. Al respecto Vargas Llosa menciona que Joyce es “uno de los escasísimos autores contemporáneos que ha sido capaz de dotar a la clase media –la clase sin heroísmo por excelencia- de un aura heroica y de una personalidad artística sobresaliente” realizando una “dificilísima hazaña: la dignificación artística de la vida mediocre[11]. No debe extrañarnos entonces que el autor de La casa verde afirme refiriéndose a las particularidades de la obra de Ribeyro, que “todos sus cuentos y novelas son fragmentos de una sola alegoría sobre la frustración fundamental de ser peruano: frustración social, individual, cultural, psicológica y sexual[12].

Todos los cuentos que analizamos a continuación (y que son significativos en la obra del cuentista miraflorino) presentan el mismo proceso basados en la idea de la parálisis. Proceso que tiene tres pasos: 1. Situación inicial de parálisis. 2. Elemento imprevisto que amenaza romper la situación de parálisis. 3. Resultado final.

Situación inicial de parálisis: se refleja como el estado primario contra el que los personajes tratan de luchar y que los mantiene en situación de inmovilidad (en términos de Oquendo[13]) en sus deseos de darle un nuevo rumbo a su vida condenándolos a mantenerse perennes en la misma situación opresora (familiar, social, económica etc.).

Elemento imprevisto que amenaza romper la situación de parálisis: puede ser cualquier proyecto, posibilidad o situación, a veces buscado por el personaje y a veces surgido de repente que parece mostrar la posibilidad de algo nuevo. Este elemento sorpresivo, revelador puede relacionarse con el concepto de epifanía joyceana.[14]

Resultado final: es normalmente el fracaso, en ocasiones por culpa de los personajes o por una causa externa, la causa no importa porque el final es el mismo, elemento recurrente en la narrativa breve ribeyriana que más de un crítico ha resaltado.[15] Este esquema de tres pasos también ha sido percibido por Higgins[16] y por Irene Cabrejos[17], que lo denomina “proceso temático” o “proceso gnoseológico de reconocimiento” (sí, usamos estos términos solo para impresionar un poco :D).

Hemos elaborado un pequeño cuadro que muestra este proceso en algunos relatos:

Cuento
Situación de “parálisis”
Elemento que trata de remover la parálisis
Situación final
Los gallinazos sin plumas
Pobreza, explotación de los personajes
Muerte de Don Fermín
Éxito

El primer paso
“Ladronzuelo” mediocre

Posibilidad de un “gran golpe”
Fracaso
Los merengues/
Por las azoteas
Niño oprimido en un mundo de adultos
Robo del dinero/ Presencia del hombre de la azotea
Fracaso
De color modesto

Joven marginado social y económicamente
Affaire desaprobado socialmente
Fracaso
El banquete
Pareja marginada social y económicamente
Banquete para mejorar posición económica y social
Fracaso
Explicaciones a un cabo de servicio
Hombre marginado económicamente (desempleado)
Proyecto de empresa para mejorar su situación
Fracaso
El profesor suplente

Hombre marginado social y económicamente
Posibilidad de nuevo trabajo como profesor suplente
Fracaso
La piel de un indio no cuesta caro
Hombre de clase media
Posibilidad de denunciar injusticia
Fracaso
Una aventura nocturna
Hombre marginado, solitario de clase media
Posibilidad de affaire
Fracaso
El jefe
Hombre de clase media que quiere pedir un aumento
Borrachera con su jefe
(posibilidad de aumento)
Fracaso
Tristes querellas en la vieja quinta
Hombre de clase media de vida monótona
Aparición de nueva vecina (Doña Pancha)
Fracaso
Espumante en el sótano
Hombre de clase media
Aniversario de trabajo (posibilidad de un aumento o reconocimiento)
Fracaso
Un domingo cualquiera
Joven de clase media
Conoce una chica de clase alta
Fracaso
La juventud en la otra ribera

Hombre maduro de clase media
Affaire con una francesa
Fracaso
  
La columna denominada “situación final” trata de resumir escuetamente si se tuvo “éxito” o “fracaso” en la empresa de acabar con la parálisis que sumía a los personajes. Es decir si su situación cambió (éxito) o permaneció igual (fracaso) después de la irrupción en sus vidas del elemento “desparalizante”.

Sólo hemos tomado en cuenta algunos cuentos que parecen emplear este esquema. Esto se da más en los relatos de corte realista, no en los cuentos fantásticos ("La insignia", "Doblaje", "Ridder y el pisapapeles", "Demetrio", "El carrusel") ni en los evocativos ("Los eucaliptos", "Sólo para fumadores" y toda la saga de Relatos Santacrucinos). En Ribeyro, esto es sólo referencial, no afirmamos que siguen esquemas idénticos, sino que existe una influencia joyceana ineludible que muchos críticos se han empeñado en negar.

Este proceso se repite en la obra de Joyce, como vemos a continuación:

Cuento
Situación de “parálisis”
Elemento que trata de remover la
 parálisis
Las hermanas
Niño confundido
Muerte del sacerdote Flynn
Un encuentro
Niños oprimidos por un colegio estricto
Escape de clase para irse de paseo
Araby
Niño oprimido en mundo de adultos
Se enamora de una chica y trata de comprarle un regalo
Eveline
Joven sin futuro

Posibilidad de huir con un marino
Después de la carrera
Estudiante marginado de clase media
Posibilidad de juntarse con amigos de clase social alta
Dos galanes
Estafadores de poca monta

Intento de robarle dinero al patrón de una empelada
La casa de huéspedes
Madre e hija de baja clase socio-económica

Posibilidad de matrimonio forzado de la hija
Una nubecilla
Abogado mediocre
Encuentro con un amigo exitoso
Contrapartidas
Oficinista mediocre
Trata de divertirse y salir con sus amigos

Arcilla
Sirvienta de vida mediocre
Fiesta de Halloween
Un caso doloroso
Solterón mediocre
Posibilidad de encontrar el amor
Día de la patria en la oficina del partido
Miembros mediocres de un partido
Día conmemorativo de la muerte del fundador
Una madre
Madre e hija de carrera artística menor
Posibilidad de concierto
Una gracia
Borrachín reincidente
Grupo de amigos trata de reformarlo
Los muertos
Joven confundido
(Gabriel)
En una fiesta se entera del antiguo amor de su novia.

Sólo que aquí el resultado siempre es el mismo: en todos los cuentos los personajes se dan cuenta, toman autoconciencia de su propia parálisis, al margen de lo que les pase después.

Haciendo una comparación podemos notar que, por ejemplo, tanto en “Las hermanas” de Joyce como en “Por las azoteas” del cuentista miraflorino contemplamos a un niño que queda impactado por la presencia de un adulto misterioso y su posterior muerte, lo que rompe la parálisis en la que vive el menor, llevándolo a la “pérdida de la inocencia”, es decir al autoconocimiento. Un esquema similar, con algunas diferencias, notamos en “Los gallinazos sin plumas” y “Página de un diario”.

Lo “no dicho”

Otro punto en común en el estilo narrativo de ambos autores es la presencia de innumerables silencios y elementos “no dichos” en los cuentos, estilística muy coherente con la idea central de los relatos: la parálisis. Así, es más apropiada una narración tímida, callada y poco activa para describir unas vidas abrumadas por la desesperanza de ver repetida una existencia sin sentido. Los silencios son un tema estudiadísimo en la obra joyceana[18] y esta insistencia en lo “no dicho” ha sido también reconocida por varios críticos sobre Ribeyro[19]. El autor siente predilección por este estilo, como la ha dicho varias veces en entrevistas, en su “Decálogo” y en su diario[20].

Este elemento se aprecia más profundamente en un cuento como “Arcilla” donde está implícita la idea de la muerte cercana de la protagonista. O, en el caso de Ribeyro,  en “Noche cálida y sin viento” donde se llega al extremo bien apuntado por Irene Cabrejos- de lo “no escrito”.

¿No me creen aún?

Bueno, pasemos a lo que dice el propio autor entonces. Conversando respecto a la concepción de su primer libro, Los gallinazos sin plumas, le preguntan a Ribeyro:

“Esta norma, esta concepción ¿a ti se te ocurrió o la tomaste de una escuela, la aprendiste de alguien?
 
Fue influencia de Dublineses, el libro de James Joyce. Si uno lee con detenimiento encuentra que todos los cuentos que lo componen son episodios que ocurren en pocas horas. Incluso, el último, que es el más largo, un cuento imperecedero que se llama “Los muertos”. Es sólo la descripción de una fiesta, de una cena en la que todo transcurre. Sí, fui influido por ese libro que había leído unos años antes. Se me ocurrió que era la técnica que convenía para una colección de relatos sobre Lima[21]

Y en el prólogo de la primera edición (1955) del mismo Los gallinazos sin plumas, señala sobre las razones por las cuáles eligió los cuentos para su primer libro:
"El criterio que he adoptado para su selección ha sido el de afinidad. Afinidad de estilo, afinidad de técnica, pero sobre todo afinidad de tema y afinidad de intención (...) En este sentido, los Dublineses de Joyce son un ejemplo característico."

Más claro ni el agua. Aunque quizás, después de todo, lo afirmado por el propio autor, sólo sea un elemento a tomar en cuenta y no algo definitivo ya que, con algo de escepticismo ribeyriano, no podemos llegar a verdades o certezas sobre algo y, sobre todo, como ya lo han dicho escritores como Vargas Llosa[22] y el propio Ribeyro[23], un escritor muchas veces se equivoca sobre su propia obra.






[1]  Así  Washington Delgado (“Julio Ramón Ribeyro en la generación del 50” en: Tenorio Requejo, Néstor. Julio Ramón Ribeyro: el rumor de la vida. Lima: Arteidea, 1996, p. 115.) dice textualmente: “Sus modelos no fueron Proust ni Joyce”. De igual parecer es Peter Elmore que afirma que “A diferencia de Flaubert y Joyce, que retrataron al autor como un pequeño dios, JRR opta por una imagen secular…”. Elmore, Peter. “Las voces del silencio. Los relatos de Julio Ramón Ribeyro” en: Tenorio Requejo, Néstor. Op. cit. p. 216.
[2]   Como señala, por ejemplo,  José Miguel Oviedo (“Ribeyro o el escepticismo como una de las bellas artes” en: Tenorio Requejo, Néstor. Op. cit. p. 165.)) al afirmar que Ribeyro “seguía los patrones más clásicos (Sthendal, Balzac, Maupassant, Chejov)”. También Julio Ortega (“Presentación” a Luchting, Wolfgang. Julio Ramón Ribeyro y sus dobles. Lima: INC, 1971) e incluso su amigo Alfredo Bryce que menciona que “la entonación de estos relatos podría evocar el prolijo registro de Chejov, ese soliloquio intenso, breve e íntimo. Solo que la variedad episódica evoca a Maupassant”. Bryce Echenique, Alfredo. “Una pasión gratuita de Ribeyro”  en: Tenorio Requejo, Néstor. Op. cit. p. 105. La lista podría seguir.
[3] Luchting, Wolfgang. Estudiando a Julio Ramón Ribeyro. Frankfurt : Vervuert, 1988, p. 163.
[4] Como se  puede deducir de la prosa apátrida número 72.
[5] Apunte del diario del 27 de enero de 1978. La tentación del fracaso. Diario Personal 1975-1978. Tomo III. Lima: Campodónico, 1995, p. 196
[6]  Como lo menciona en su decálogo del cuento “Al leer cuentos de Kafka, Joyce (…) descubrí nuevas probabilidades y goces en el relato breve; la lógica del absurdo, la habilidad técnica, el arte de lo no dicho”. Ribeyro, Julio Ramón. La palabra del mudo. Cuentos 1952-1993. Tomo I. Lima: Campodónico, 1994, p. 7. Del Ulises, tuvo siempre opiniones favorables, sin llegar al entusiasmo. Así, en su artículo “Las alternativas del novelista” lo menciona positivamente. Opiniones apocadas si las comparamos con las de narradores como Vargas Llosa, Zavaleta o Miguel Gutiérrez que incluso, esto dos últimos, han llegado a escribir críticas sobre Joyce.
[7] En una carta a su editor Grant Richards, del 5 de mayo de 1906, Joyce escribió: “Mi intención era escribir un capítulo de la historia moral de mi país y escogí Dublín para escenificarla porque esa ciudad me parecía el centro de la parálisis”. The letters of James Joyce, vol. II, editado por Richard Ellman, Londres: Faber and Faber, 1966, p. 134. Citado por Fernando Galván en su Introducción a Dublineses, 3ª edición, Madrid, Cátedra, 2002, p. 22.
[8] Tindall, William York. A Reader’s Guide to James Joyce. Nueva York, Farrar, Straus & Giroux, 1959, p. 6. Citado por  Fernando Galván, op. cit. p. 60.
[9]  Al respecto Valero, Eva María. La ciudad en la obra de Julio Ramón Ribeyro. Valencia: Universidad de Alicante, 2003, 303 pp.
[10] Un indirecto esbozo de esto se da en el artículo “Lima: ciudad sin novela” en: La caza sutil, Lima: Milla Batres, 1976.
[11] Vargas Llosa, Mario. “Prólogo” a Dublineses. Barcelona: Círculo de lectores, 1988, p. viii.
[12] Carta al crítico y traductor alemán Wolfgang A. Luchting, del 24 de octubre de 1966.
[13] Este concepto de inmovilidad ha sido también detectado por José Miguel Oviedo que postula que “Ribeyro sabía narrar a través  de esos pasajes de la vida humana en los que no ocurre nada, en los que parece que la existencia se estanca y pudre en la inmovilidad”.  Oviedo, José Miguel. “Ribeyro o el escepticismo como una de las bellas artes” en: Tenorio Requejo, Néstor. Op. cit. p. 163.
[14] Morris Beja, “Epiphany and the Epiphanies” en Zack Bowen y James F. Carens (eds.), A Companion to Joyce studies, Westport, Connecticut: Greenwood Press, 1984, págs. 707-725.
[15] Por ejemplo Alejandro Losada resume que “Los cuentos de Ribeyro son la historia reiterada de un fracaso”. Antonio Cornejo Polar, en su Historia de la literatura en el Perú Republicano opina que “En la obra de Ribeyro actúa un a priori inconmovible, definido por la certidumbre del fracaso final”. Ambas citas extraídas de Gutiérrez, Miguel. “La narrativa del 50” en  Tenorio Requejo, Néstor. Op. cit. p. 129.
[16] “Otro modelo narrativo que Ribeyro emplea con frecuencia refleja su escepticismo respecto a la capacidad de los hombres para cambiar sus circunstancias existenciales. Esta estructura es circular, en cuanto presenta una insatisfactoria situación inicial, de la cual el protagonista procura escaparse, pero tal intento se ve frustrado, generalmente tras una breve ilusión de éxito, que sirve para acentuar su conciencia de estar atrapado.” Higgins, James. Cambio social y constantes humanas: la narrativa corta de Ribeyro. Lima: PUCP, Fondo Editorial, 1991, p. 95
[17] Irene Cabrejos señala que “Los temas que mencionaremos a continuación están imbricados unos con otros y se encuentran presentes a través de etapas sucesivas en la estructura profunda de los relatos. Se trata de un proceso temático que puede definirse así: el protagonista, generalmente un marginal solitario y nocturno (…) posee una primera conciencia de sí mismo al inicio del relato, identidad que no siempre corresponde a lo que realmente es. De pronto, en su existencia rutinaria y sin esperanzas, irrumpe por azar una circunstancia imprevista que podría cambiar, aunque sea momentáneamente, la vida del personaje principal pero que pone a prueba su identidad. Es aquí cuando se da el combate solitario (…) ente le hombre y su circunstancia, un proceso gnoseológico de reconocimiento, que permite el desarrollo de la anécdota misma del relato” (las cursivas son de la autora). Cabrejos de Kossuth, Irene. “Julio Ramón Ribeyro; poética, evolución narrativa y temática” en: Lienzo, nº 18, 1997, p. 38
[18] Por mencionar dos ejemplos: Rabaté, Jean Michel, “Silence in Dubliners”, en Colin Mac Cabe (ed.), James Joyce: New perspectives.Brighton, Sussex: The Harvesters Press, 1982, p. 65. También, Brown, Richard. James Joyce: A Post-Culturalist Perspective, Londres: Macmillan, 1992, p. 10.  
[19] Como Giovanna Minardi en Tenorio Requejo, Néstor. Op. cit. p. 149. También Irene Cabrejos de Kossuth, “Julio Ramón Ribeyro; poética, evolución narrativa y temática” en: Lienzo, nº 18, 1997, p. 38, aunque aquí, para ella, esto lo aproxima a más a Henry James.
[20]  Apunte del diario del 20 de agosto de 1975. La tentación del fracaso. Op.cit. p. 43-44.
[21] Coaguila, Jorge. Las respuestas del mudo (Entrevistas). Lima: Campodónico, 1998, p. 173.  
[22] “Las afirmaciones de un novelista sobre su propia obra no son siempre iluminadoras; pueden ser incluso confusionistas, erróneas, porque el texto y su contexto son para él difícilmente separables y porque el autor tiende a ver en aquello que hizo, lo que ambicionaba hacer (y ambas cosas así como pueden coincidir, muchas veces divergen considerablemente)”. Vargas Llosa; Mario. La verdad de las mentiras. Barcelona, Seix Barral, 1990.
[23] “Muchas veces los autores se equivocan frente a aquello que ellos mismos hacen. En este sentido, mucho más cerca de la verdad pueden estar los críticos que los autores”. Entrevista de Jorge Coaguila a Ribeyro, extraída de http://julioramonribeyro.blogspot.com/2009/04/entrevista-ribeyro-1993.html.



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